miércoles, 12 de octubre de 2011

En busca de la paciencia perdida



Hoy, en confianza, quería hablaros de un problemilla que me tiene muy, pero que muy preocupada. Tengo que contarlo YA. Sí, amiguitos, posiblemente no lo sospechéis, pero resulta que soy una persona caracterizada por una ausencia muy significativa de lo que sería la paciencia en todas sus modalidades: tiempo, espacio, forma de actuar de la gente... que soy una impaciente de cojones, vaya.

Por tanto, una vez identificado y admitido el problema, el siguiente paso, en mi afán de autoconocimiento, mejora y crecimiento personal, es trabajar a tope para conseguir tener más paciencia (o, por lo menos, tener algo de ella...).

Y es que os confieso que la cosa es muy grave, cualquier situación puede ser el detonante de un estallido de mala hostia impacientil: encontrarme en medio de un atasco con miles de borregos más, que tarden dos horas en darme mesa en un restaurante cuando habían dicho diez minutos, que la seguridad social me dé hora para dentro de dos meses (bueno, actualizando los datos, ahora serán dos años), que la señora de delante mío en la carnicería pida cien gramos de mortadela del Mickey Mouse (después de haberse llevado media vaca, veinte pollos y una muestra de cada tipo de embutido habido y por haber), ver como el PP gana las elecciones, que la gente intente tomarme el pelo y encima hacerme creer que es culpa mía... en fin, esas cosillas nuestras de cada día, que es mejor aprender a llevar bien.

Así que, para llegar a convertirme en mejor  persona, estoy trabajando muy duramente en incrementar mi paciencia a base de yoga, meditación, pensamiento positivo, control de la respiración, terapia conductivista... lo que haga falta. Eso sí, todavía no he llegado a estar tan desesperada como para caer en la droga, porque seguro que un par de váliums y se soluciona todo, pero claro, tampoco es plan...

Total, que ahora, con mi nueva y paciente forma de vida, cuando estoy en un atasco, en vez de cagarme en todo pienso en las cosas bonitas de la vida, observo la luna (algún día me estamparé, pero son efectos colaterales, que se le va a hacer), escucho musiquilla... En la carnicería, pienso que esa pobre señora (antes, una plasta agonías acaparadora) en realidad está falta de cariño y lo compensa con una mortadela del Mickey Mouse, animalica... Cuando alguien pretende tocarme las pelotas injustificadamente y sin venir a cuento, pienso que el/la pobre está tan insatisfecho con su vida y consigo mismo que no tiene otra cosa que hacer, y hasta me da lastimica... y así con todo.

Y, la verdad, todo iba divinamente: eliminando las prisas, con paciencia, paz, y amor para todos, tolerando y aceptando sin juzgar las cosas incontrolables de la vida.... be water, my friend! Hasta que, en buena hora, he leído en los periódicos que cierta tropa de exdirectivos bancarios, ladrones a más no poder, se han embolsado una millonada en indemnizaciones y pensiones vitalicias (que probablemente paguemos los contribuyentes), mientras que al estado no le llega para pagar la sanidad y la enseñanza y su única solución consistirá en echar a tropecientos médicos y profesores a la puta calle (entre otras medidas como cerrar quirófanos, por ejemplo). Y justo ahí ha sido cuando mi terapia se ha ido a tomar por culo y he sido invadida por, no la impaciencia, no, sino la furia ciega: ¡es que manda güevos, joder! ¡Así no hay quién pueda!

miércoles, 31 de agosto de 2011

¡Número uno ya a la venta!




¡Hola de nuevo, amiguitos! Después de unas fantásticas vacaciones (que espero hayáis disfrutado), ya tenemos encima la vuelta al curro y al cole, y, con ellas, esa entrañable tradición que se repite año tras año cada septiembre en todas las librerías: la invasión de los fascículos coleccionables. Sí, sí: número uno ya a la venta en tu quiosco.

El ciclo vital del fascículo coleccionable parece muy simple, pero no lo es: normalmente, nace justo después del verano, con un primer número que suele costar 1,95 euros (habitualmente, un doble fascículo con algún “regalo” suplementario), un segundo número a unos 2,95 euros de media, y un número indeterminado de fascículos posteriores ya a su precio de 9 o 10 eurazos por entrega (como mínimo).  A partir de aquí, ningún ser humano ha conseguido descubrir nunca cuál es la evolución del fascículo coleccionable, hasta qué mes del año sigue reproduciéndose y apareciendo en los quioscos, ni cuantas víctimas por entrega que lo compren necesita para sobrevivir hasta que se trunca su tenebrosa existencia. Lo cierto es que en navidad ya no hay ni rastro de la mayoría de ellos (pero vaya, no lo sé, porque desaparecen misteriosamente sin que se note y tampoco podría asegurarlo).

Los fascículos coleccionables pueden clasificarse, según su función, en dos grandes grupos:

- colecciones para aprender cosas (o cursillos por entregas). Se supone que te los compras y te conviertes en todo un experto de lo que sea.  Me he informado un poco y esta temporada tendríamos, entre otros, las siguientes perlas de sabiduría :

* el clásico: “Curso de Inglés”. Con libros, CDs, DVDs, profesores nativos, y lo que haga falta de regalo.

*el “muy de su tiempo”: “PC a fondo”. Hoy en día hay que dominar perfectamente las nuevas tecnologías, y nada mejor que hacerlo con un apasionante cursillo en fascículos coleccionables. Su principal fallo es que no viene con una pieza de PC en cada número, para que tú te lo vayas montando hasta tener tu propio ordenador; pero bueno, es que eso ya sería otra colección diferente, claro...

* el alternativo: “Terapias Naturales”. Con tod esto de los recortes en sanidad los de la editorial saben que esta colección va a ser un filón... ¡Venga, venga, que me los quitan de las manos, guapas! Es evidente que todo el mundo querrá aprender a curarse los achaques sin tener que esperar veinte años hasta que el médico te visite. Tampoco sé si en cada número dan alguna hierbecilla natural de o alguna aguja de acupuntura de regalo, pero sería un aliciente más (aunque por su interés intrínseco no lo necesite, evidentemente).

* el altamente especializado (o friki total): “Todo sobre micología”. Para sumergirse de lleno en el apasionante mundo de los hongos (no sé de qué tipo, si las setas, que están tan de moda como deporte de domingueros, o los hongos de otra clase menos agradecida, que lamentablemente nunca pasan de temporada).

* el gastronómico: “Delicias al horno”. Otro clásico, el curso de cocina... Éste, además de enseñarte a ser un cocinillas, te regala cada semana los moldes e instrumentos que necesitas a tal efecto. Eso sí, el horno lo pones tú (y las víctimas para hacer de conejillos de indias, también).

- colecciones consistentes en acumular cosas (cuanto más inútiles, mejor): los de esta variedad son increíblemente interesantes... se pueden llegar a coleccionar las cosas más inverosímiles. Tengo que admitir que cada año quedo profundamente impresionada por la ilimitada capacidad humana de acumular pongos y estar orgulloso de ello...

Para esta temporada, y por lo que he visto, tenemos la gran suerte de contar con las siguientes maravillas:

* el fascículo infantil: “Los animales de la granja”. Aquí la editorial intenta colarte el gol con la vieja (pero eficaz) técnica de que los niños te taladren todo el puto día para que se lo compres. Desgraciadamente para su experto en márketing, sospecho que hoy en día los niños no sienten demasiado interés por las vacas de plástico (a no ser que se muevan, los ojos se iluminen, y disparen leche a propulsión por las tetas).

* la colección esnob: “Abanicos de grandes diseñadores”. ¡Ojo!: grandes diseñadores. No importa que estemos hablando de un trozo de tela atado a cuatro varillas (y que encima funciona con energía animal), sino que lo hayan diseñado tíos importantes... Una falta de visión comercial el no tener en cuenta que, desde la aparición del mini-ventilador a pilas de los chinos, el abanico ha quedado obsoleto.

* el histórico (nivel pro): “Buques legendarios de la II Guerra Mundial”. ¡Toma ya! No cualquier buque, ni de cualquier guerra. Siéntete el rey del mundo moviendo por encima de una cartulina azul una reproducción a escala millonésima del Bismarck (y haciendo los ruidos de cañonazos con la boca, para darle más veracidad). ¡No dejes escapar esta ocasión única!

Estos son los que he visto este año, pero en el pasado ha habido otros grandes hits de la historia de la colección, como, por ejemplo: “Rosarios del mundo” (éste me encanta, pensaba que los rosarios eran iguales en todos sitios y que con uno, o dos a lo sumo, vas que te matas, pero no...); “Cajas de madera”, “Dedales de porcelana” (otro gran triunfo de los lumbreras que deciden las colecciones que se lanzan al mercado);  “Muñecas rusas” (literal, de las de madera que van una dentro de otra)... ¡ay, qué grandes! Que mentes tan visionarias... ¡con dos cojones! Pues, en la misma tónica, yo propongo otra colección: “Bomberos del mundo”. Con un bombero de regalo en cada entrega. ¡Ole, ole y ole!


lunes, 1 de agosto de 2011

El misterio de la Silk-épil errante

El otro día, viendo una sesión de publicidad en la tele (interrumpida muy de vez en cuando por algún micro-trozo de película inoportuno), me quedé tremendamente intrigada con el anuncio de la Braun Silk-épil. Bueno, ahora no sé si era la Silk-épil o la Epilady, porque no he vuelto a ver la tele desde entonces debido a un shock cerebral traumático causado por las mierdas que hacían... pero era una de esas máquinas diabólicas de tortura que hacen un ruido como de corta-césped y te arrancan los pelos uno a uno, haciéndote ver las estrellas hasta el infinito y más allá.  Curiosamente, a las tías que lo anuncian lo único que les provoca es una agradable y fresca sensación de masaje, una sonrisa de oreja a oreja y no sé si alguna cosa más, porque se las ve muy contentas y felices con su podadora... Otro día entraremos en el apasionante debate sobre si las modelos que anuncian la Silk-épil tienen claras tendencias masoquistas o es que se han quedado así para siempre después de anunciar compresas, pero mi duda de hoy va por otro lado.

La cuestión es que, al final del anuncio, cuando el insecto-palo... uy, perdón: cuando la modelo que se pasa la Silk-épil por unas interminables piernas donde nunca ha habido ni un pelo (porque hace siglos que se hizo la depilación láser) ya está a punto de morirse del gustirrinín, dice la voz en off: "pruébala gratis sesenta días". Ehem... ¿mandee? ¿perdone? ¿qué significa eso de probar el aparatejo durante sesenta días? ¿que a los sesenta días de arrancarte pelos de los rincones más insospechados e inhóspitos con él lo puedes devolver a la tienda y te reembolsan el dinero tan ricamente?

Porque, a ver, si es así, no me imagino yo cómo va el tema: ¿hay una Silk-épil comunitaria que va rulando por el mundo indefinidamente para que la peña la pruebe y, a quién la quiere, le dan otra nueva (y la de muestra sigue viajando)? ¡Entonces esa máquina habrá visto más selvas que los de callejeros viajeros! ¿O cada máquina que sale de fábrica va depilando por ahí hasta que alguien se la queda y la retira de la circulación? En este último caso, cuando tú la compras en la tienda puede ser que alguien (una o más personas) ya la haya probado y devuelto, así que te estarías comprando una depiladora de segunda mano (o de segunda pierna, o... lo que sea). Mmm... un tema desagradablemente inquietante que no me gusta nada. No es por ser tiquismiquis, pero a nadie le apetece gastarse un pastón en una máquina que, además de putearte, ha arrancado pelajos quién sabe dónde... ¡no, no, no: no me parece una buena estrategia publicitaria, señores!

Otra cosa es que, si esto es cierto, y viéndolo por el lado positivo, con un poco de jeta puedes tener solucionado el tema depilatorio para toda la vida: cada año, pasándote por un par de tiendas que te dejen sendos aparatos durante los sesenta días de rigor, tienes cubierta toda la temporada primavera-verano de lucimiento piernil y bikinil. Y , luego, en lo que sería la etapa otoño-invierno, llevando pantalones largos o medias ultra-gruesas, puedes dejarte volver a tu estado salvaje natural (rango variable, entre pelusilla y yeti, dependiendo de la persona) sin ningún problema. O sea que, con sólo unas cuarenta o cincuenta tiendas de electrodomésticos (fáciles de encontrar si vives en una gran ciudad; si vives en un pueblo te tocará hacer una ronda provincial) tienes veinte años sin pelos asegurados, gratis. 

Visto así, no está tan mal la estrategia... Hay crisis, estaría bien que otros sectores se aplicasen el cuento, claro. Por ejemplo "prueba este coche gratis durante sesenta días", o ropa gratis durante sesenta días y luego la devuelves, o comida gratis (no sé si luego querrán la devolución), electrodomésticos de todo tipo gratis, pongos del chino gratis... y el summumm de todo, por supuesto: "prueba bomberos gratis sesenta días".... ¡Animalicos!

martes, 12 de julio de 2011

Se acabó lo que se daba

Se acabó, esto es el principio del fin. El declive, la catástrofe, el apocalipsis. El inicio de la degradación total y absoluta. ¡Ay, qué dura es la vida, amiguitos!

El otro día salía yo de una clase de steps y me dirigía (hecha una piltrafa humana, hay que admitirlo) al vestuario femenino para ducharme y cambiarme, cuando vi a un tío esperando junto a la puerta. Lo primero que pensé fue que debía ser algún pervertido intentando espiar furtivamente con un método muy poco eficaz, basado en mirar de refilón cuando la puerta se abriera (al entrar o salir alguien), por si pillaba algún culo o alguna teta desprevenidos.  Pero luego vi que, precisamente, un pervertido no era, el chaval...

Pues ya estaba yo abriendo la puerta, cuando el supuesto pervertido va y me suelta: "No te quites nada de ropa, que voy a entrar". ¿Perdoooón? ¿Como que no me quite nada de ropa? ¡Madre mía, cómo se pasó el tío conmigo! ¡Cuanta crueldad! ¡Que si no llega a decirme nada y a los treinta segundos entra, me pilla en pelota picada, hombre!¡Y me avisó de que no me quitara nada!  Eso sólo podía significar dos cosas: una, que era un tío totalmente legal y no quería hacer pasar un mal rato a las pobres chicas inocentes, entre ellas yo, que había en el vestuario. Y la otra, que el susodicho pervertido no soportaba la horripilante idea de tener que aguantar semejante visión clavada en sus retinas ni durante un segundo... lo que yo digo, ¡el principio del fin! ¡Ya ni un pervertido se atreve a mirarme! 

Porque, a ver, nadie puede creerse que la primera opción sea la correcta, ¡por favoooor! Si yo fuese un tío, ahí, con la testosterona haciendo de las suyas (como siempre), y trabajara en un gimnasio, lo mínimo que esperaría sería ver tías en bolas de vez en cuando... aunque fuera con la excusa de tener que abrir alguna taquilla cuya propietaria había perdido la llave, cómo hizo el supuesto pervertido. Pues claro, si es lógico, cada curro tiene sus complementos, ¿no? Algunos cobran dietas, otros pluses de peligrosidad, extras por responsabilidad, desplazamiento... alguien que trabaja en la recepción de un gimnasio tiene derecho al plus "ponerse las botas mirando" de vez en cuando, está clarísimo. Pero no, el hombre me avisó de que no me despelotara... eso lo dice todo, no hay nada más que añadir. ¡Estoy acabada! ¿Qué será lo próximo? ¿Que los paletas no me digan guarradas al pasar frente a una obra? Sniiiiiiifffff!!!!! Mis días como hembra en edad de merecer están contados... he perdido todo el "sex-apil", mis feromonas están caducadas o lo que sea.

Así que, en fin, visto lo visto, habrá que ir pensando qué hacer en el futuro (el poco que me queda): largarme a Benidorm con el Imserso, ir a bailar al casal de jubilados (si la artrosis lo permite ), apuntarme a un club de petanca o dedicarme a criticar obras (ay, no, que están todas paradas, con la crisis). El tiempo es un verdugo inexorable, el proceso de la metamorfosis en pasa ha comenzado. ¡Depresión total! 


martes, 21 de junio de 2011

Superdotados

Hay momentos que no tienen precio. Ayer, por ejemplo, estaba yo felizmente sentada en una terracita, esperando a una amiga para tomarnos juntas unas birrillas, cuando, de repente, la conversación de la mesa de al lado llamó mi atención. No es que sea una cotilla, pero en casos como éste no queda más remedio que sacrificarse, dejar lo que se esté haciendo (si es que se está haciendo algo que no sea gandulear) y ponerse a escuchar atenta y disimuladamente a la vez. Todo un arte, no creáis...

Por lo que pude vislumbrar de refilón (la discreción es lo primero), se trataba de un chico y una chica de veintitantos, y conseguí deducir avispadamente que debían ser estudiantes universitarios (bueno, entre otras cosas porque estábamos en el bar de la Vila Universitaria). Además, en el trozo de conversación que no escuché, porque no era nada interesante, hablaban de exámenes y profesores, confirmando así mis acertadas conclusiones...

Pues, en cierto momento glorioso, oí que el tío le soltaba a la tía (quedándose tan ancho a continuación):
- Yo soy superdotado. No te estoy diciendo que sea superinteligente, no... No es que sea muy inteligente, lo que soy es superdotado.

¡Ole, ole y ole! ¡Joder con el tío! Después de un primer momento de estupor total, me quedé pilladísima, pensando en cómo está la gente (y sus egos), y reflexionando profundamente sobre la modestia y la humildad, esas dos cualidades no muy extendidas, por lo que se ve... Luego llegó mi amiga y tuve que dejar de escuchar, claro. Habría sido muy desconsiderado por mi parte no prestarle la atención que se merece por un ególatra con la autoestima a la altura del planeta Júpiter (bueno, o de Raticulín, que está más arriba).

Pero más tarde, al volver a casa, me vino de nuevo a la cabeza aquella conversación tan surrealista... Y, de golpe, la sombra de la duda atenazó mi mente: ¿y si, tanto insistir en que no se refería a ser muy inteligente, era porque se trataba de otro tipo de superdotado? Una superdotación más palpable que la mental, vaya... A ver si el pobre chaval, animalico, en vez de tener un ego descomunal, lo tenía tan maltrecho que intentaba ligarse a la chica con el argumento más convincente que pudo encontrar. Igual lo que tenía descomunal era otra cosa, y no el ego, precisamente (o eso pretendía hacerle creer a su presa)...

¡Pues claro! Pero que injusta se puede llegar a ser debido a la falta de información, ¿eh? Habría incurrido yo entonces en un grave error: tomar por vulgar soberbia la triste desesperación por comerse una rosca. Y es que, en tiempos de crisis, cualquier técnica, si acaba resultando efectiva, puede ser buena.

martes, 14 de junio de 2011

Clasificando

Estaba el otro día quemando tarjeta en el Decathlon (una de mis dos grandes debilidades consumistas, junto con las librerías), cuando me di cuenta de una cosa muy curiosa, que hasta entonces me había pasado inadvertida: parece ser que existe una clasificación científico-deportiva de la peña que corre. Sí, sí: resulta que un corredor puede ser neutro, pronador o supinador, según cómo apoye el pie y con qué zona de la planta tome impulso al dar la zancada.

Pues se ve que el 50% de la gente es neutra, el 45% pronadora y el 5% supinadora. Yo, de esto, no tenía ni pajolera idea: pensaba, incauta de mí, que los corredores se clasifican en "raudo y veloz como el rayo", "corre que se las pela", "velocidad de crucero", "va tirando", "más lento que el caballo del malo" y "lento de cojones". Pero no, la cosa es mucho más técnica, y hasta existe una prueba específica para saber qué tipo de corredor eres, y todo...

Debo confesar que esto de la prueba sonaba muy interesante; no todo el mundo puede decir que se ha hecho una prueba para saber su nivel de supinería o pronadismo... de cara a un futuro, podría ser una información útil, muy útil (por lo menos para fardar un rato o contraatacar cuando alguien me hablase de cosas que no sé lo que son, como la manicura francesa, por poner un ejemplo). Así que ya me imaginaba conectada a un montón de electrodos por todo el cuerpo, con sensores de infrarrojo en las suelas de unas bambas especiales y megaguays, y monitoreada por un escáner acoplado a un superordenador ultrapotente que se encargaría de recopilar los datos, procesar, analizar y acabar diciendo: "tú, eres una supina de dos pares de coj... narices". O algo así.

Pero no: resultó que la prueba consistía en correr por el Decathlon con el tío de la sección de bambas mirándote. Y también en observar qué zona está más gastada en la suela de tus bambas usadas... en fin, sofisticado a tope, ya lo veis. Lo último en tecnología punta, vaya. Pero claro, un sábado por la tarde, con el Decathlon a reventar de niños corriendo, saltando y jugando a pelota por todas partes, resulta más bien imposible hacerse la dichosa prueba...

Y además, sólo te la hacen si eres un tío: para los tíos existen diferentes modelos de bambas según la categoría de corredor que seas, pero para las tías no. Para tías hay poquísimo repertorio a elegir: cuatro modelos básicos, la mayoría en rosa, y va que chuta. Horrible. Nada de bambas neutras, pronadoras o supinadoras, ni de los doscientos mil modelos entre los que pueden elegir los hombres. Eso sí, en cambio para las mujeres hay unas bambas que, en teoría, sirven para currarte un buen culo si las usas. Curioso, sí señor... y digo yo que el culo se reafirmará por el caminar o por el correr en sí, pero resulta que, según ellos, no: que es por las bambas. Si es que manda cojones, tiene tela la cosa...

Y joder, no es justo, porque yo también quería saber si soy neutra, pronadora o supinadora, y no tener que conformarme con desarrollar mi culo hasta su máximo esplendor... Mi duda es si, en un futuro, también habrá pruebas para saber qué tipo de bamba necesitas en función del culo que tienes. Existirían varias categorías posibles: culo plano o inexistente, respingón, de acero y modelo portaaviones. La prueba también consistiría en correr por el Decathlon con el encargado de las bambas mirándote, y en base a eso y al desgaste y tallaje de unos tejanos ajustados, te clasificarían en: "tabla", "respingón/a", "gluteos de acero" o "megaculo". Y entonces te comprarías las bambas adecuadas, a efecto de aprovechar al máximo el impacto y la energía de la zancada sobre tu estructura culera personal.

No estaría mal, ¿no? Ya me lo imagino: "Oye, y tú, ¿de qué trabajas?" "Clasifico culos en el Decathlon. Un trabajo durísimo, pero, en fin, ya sabes, alguien tiene que hacerlo". Hay que fomentar el empleo, ¿no? Que hay mucha crisis, coñe. Eso sí: yo, las bambas para potenciar y perfeccionar el culo, las fabricaría tanto en versión femenina como masculina, claro. Todos tenemos derecho a mejorar nuestra retaguardia... Aquí, discriminaciones, ¡ninguna!

martes, 24 de mayo de 2011

Conspiranoia (II)


Bueno: misterio resuelto. Por fin he aclarado la situación y voy a poder estar tranquila (creo). Está visto que no puede una fiarse ni de su propia sombra...

Después del ataque del camión de bomberos infernal, seguí sintiéndome observada durante unos cuantos días. Ser espiada y controlada a todas horas provoca una sensación terriblemente angustiosa... ¡ahora entiendo a los pobres bomberos del parque vecino! Aunque claro, no es lo mismo, porque yo no los espío, sólo me informo.

Pues cierto día, cuando volvía del gimnasio (de ver a los bomberos entrenar, acabé reventada), noté que, para variar, había alguien siguiéndome. Ya estaba hasta los coj... ya estaba muy harta y no pensaba vivir con miedo durante más tiempo, así que, sin pensarlo dos veces, giré de golpe y me encaré con mi perseguidor, que para mi asombro resultó ser... ¡la loca de los gatos! (sí, sí, la pirada que intentó atropellarme con el camión de bomberos). Allí estaban, ella y sus mininos (que, según supe después, eran mininas).

- ¡Bueno, ya está bien! ¿Qué pasa contigo? ¡Se va a habé un follón que no sabes ni donde t'has metío! - le grité.
- Hola, me llamo Maria, pero puedes llamarme Dios. Soy tu creadora - contestó la tía chula.
- ¡Meeeeuuuw! - maulló la gata negra.
- ¡Miiiiuuuuu!- dijo la blanca.

Mi creadora... ¡manda güevos! Vaya tontería más grande: mis creadores fueron mis padres, concretamente fui creada durante la única vez en su vida que practicaron el "arrejuntamiento" carnal. Es sobradamente conocido por todos que los padres no tienen vida sexual, excepto en las puntuales ocasiones imprescindibles para fabricar a sus hijos. Y, aun así, yo tengo mis dudas: probablemente los míos se reprodujeron por esporas... En fin, es un desagradable tema que no viene al caso, así que sigamos con lo nuestro.

La cuestión es que la tía me soltó un rollo muy raro: que ella era mi creadora, que si patatín, que si patatán, que yo sólo era un vulgar personaje, y que había intentado finiquitarme porque ya estaba harta de aguantar a una niñata impertinente, obsesionada con los bomberos, que se ríe de todo y de todos y no controla su carácter. Que quería evolucionar en la vida, y no estancarse en la época, ya lejana, de cuando era una becaria pringada. Ahora era una técnico pringada, y había que seguir adelante y actuar como una adulta madura y responsable, me dijo. "Además, tengo dos bocas que alimentar, no estoy para tonterías" concluyó.

Yo le contesté que todo eso y más podríamos discutirlo mucho mejor en el bareto de al lado, que hay "japi ogüer" antes de las ocho y por un leuro te ponen un peacho vaso de una sangría bueniiiísima, espectacular, que hasta te emocionas al beberla. Y nada: sangría por aquí, sangría por allá, nos dimos cuenta de que teníamos muchas cosas en común, empezando por nuestra admiración hacía los héroes de la manguera... ¡aaaaiiix! (suspiro ultralargo).

Cuando ya veíamos cuatro gatos en vez de dos, debido al susodicho que llevábamos propiamente encima, decidimos hacer una tregua. Ella me dejará vivir tranquila y libremente (se ha dado cuenta de que no sirve de nada empeñarse en eliminarme y que lo mejor es la aceptación, o algún rollo psicológico por el estilo... es que es un poco come-cocos, la pobre). A cambio, yo intentaré no dar tanto el coñazo, aunque sigo sin entender de qué se queja, la tía... En fin, por intentarlo, que no quede... yo creo que invitándola de vez en cuando a algún mojito, asunto arreglado.

Luego nos despedimos, y cuando ya nos íbamos cada una por su lado, se giró y me gritó:
- ¡Por lo menos acaba la tesis de una puta vez! ¡Y a ver si maduras un poco, coño!
- ¡Meeeeeuuuuw!- dijo la gata negra.
- ¡Miiiiiuuuuuu!- maulló la blanca.

Hay que joderse... ¡Pues lo llevan claro!

jueves, 19 de mayo de 2011

Conspiranoia


Sé que os sonará raro, pero creo que quieren borrarme del mapa. Eliminarme, quitarme de la circulación, darme matarile. Como queráis llamarle, pero es así. Hace días que siento la inquietante presencia de unos ojos invisibles observándome, controlando mis movimientos en todo momento. Y no: no son imaginaciones mías. Conozco perfectamente mis múltiples taras mentales, y la paranoia no es una de ellas (¿o sí? no, no, seguro que no). La cruda realidad es ésta: alguien, en la sombra, conspira para acabar conmigo, amiguitos.

Y la verdad, no entiendo cómo esto es posible, si yo no tengo ni un sólo enemigo sobre la faz de la tierra... Es que siendo taaan, pero taaan buena gente (a mi lado, la madre Teresa de Calcuta es el diablo, vaya), no he podido ganarme el rencor de nadie, eso está clarísimo. No se me ocurre quién podría odiarme... bueno, excepto la madre del novio de mi amiga (le tiré un cubata por encima de su vestido, blanco, para más inri, el día del bodorrio de su hijito) y los miles de envidiosos que se cabrearon como posesos cuando me tocó la nevera de playa del Jueves y a ellos no... pero en fin, tampoco es para tanto, ¿no? ¿Quizá algún antiguo amante despechado? Mmm, suena trágico y romántico, no estaría mal, pero lo dudo mucho...

Pues lo que decía: presiento que hay una conspiración secreta (no sé si a nivel mundial, nacional o local) para acabar conmigo. Probablemente una inteligencia menos sutil que la mía ni siquiera lo hubiera notado hasta estar ya en el hoyo criando malvas, pero hay un par de detalles que, después de mucho darle vueltas al asunto, me han llevado a tan fatídica conclusión. Primero: el otro día, junto a mi casa, apareció de golpe un póster inédito de los bomberos (qué casualidad, ¿eh?). Me paré a contemplarlo extasiada cuando, de repente... ¡plaf! Estrellado contra el suelo, justo a un milímetro de mí, había un tiesto gigante (con un aloe vera que pasó a mejor vida, el pobre) que casi me descalabra al caer. Me salvé por los pelos porque, en mi minucioso examen del póster, me había apartado ligeramente para observarlo desde otro ángulo que permitía apreciar mejor las cualidades de los susodichos bomberos... ¡si es que son unos heroes, hasta sin quererlo salvan vidas! (la mía, para más detalles).

Vale, podría ser una casualidad, pero ¿y dos? Porque, al cabo de unos días, iba yo tan feliz cruzando la calle (por un paso de peatones, por supuestísimo) cuando, de repente, salido de la nada, un camión de bomberos se lanzó contra mí a toda pastilla. Y aquí viene lo realmente sospechoso: el camión venía cagando hostias a toda leche ¡y no llevaba la sirena encendida! ¿Qué? ¿Qué decís ahora de mi increíble perspicacia y agilidad mental? ¿mmm? Os he dejado patitiesos, fijo...

A posteriori he deducido que el conductor asesino o algún cómplice deben de conocerme muy bien, porque sabían perfectamente cómo reaccionaría yo: lógicamente, debido al factor sorpresa bomberil, en vez de apartarme me quedé pasmada allí enmedio, intentando vislumbrar a los adonis que teóricamente ocupaban la cabina del camión. Pero nada: cuando ya lo tenía casi encima y hasta podía oler el caucho quemado de las ruedas acercándose a todo trapo, me di cuenta de que no había ningún bombero allí dentro. ¡Joder, mi gozo en un pozo! En vez de eso, en el camión sólo había una tía loca con cara de psicópata y dos gatos (uno blanco y el otro negro). Total, que la desilusión me hizo reaccionar al momento, y, de un salto, evité por los pelos acabar convertida en una triste esterilla... Y es que a ver, palmarla por los bomberos tiene un pase, pero por una loca de los gatos... ¡ni de coña!

También creo que, además, están intentando envenenarme, pero eso no me preocupa: estoy inmunizada fijo. Son demasiados años currando en un laboratorio, expuesta a potingues, ácidos, virus, bacterias y de todo... Y, lo más importante, si la horripilante máquina de café no lo ha conseguido antes, no serán ellos quienes lo logren. Fracaso absoluto asegurado.

Así que el panorama es éste... Ya veremos cómo acaba la todo; yo de momento presiento que la loca de los gatos está ahí fuera, al acecho, esperando taimadamente su ocasión para acabar conmigo. Pero, sintiéndolo mucho, me temo que no ha tenido en cuenta una cosa muy importante (básica, diría yo): mala hierba nunca muere.


miércoles, 4 de mayo de 2011

Un silencio trágico


Hoy he vivido una experiencia única, inaudita, increíble: me he pasado todo el día sin decir ni mu. ¿Y eso por qué? Pues por las tristes circunstancias de la vida, que se han confabulado para que no pudiera soltar palabra, porque hoy el monotema universal en cualquier conversación era el partido de furmbó Barsa-Madrí que se jugó ayer.

Ya me lo veía venir, claro, pero no imaginaba, incauta de mí, que la cosa llegaría a tanto. Todo el mundo dale que te pego con el partido, como si no hubiera nada más en el mundo. Si hasta he oído cómo la máquina de café le comentaba a la de refrescos no sé qué del juego guarrete del Madriz... Ha sido tremendo: casi me da un pasmo del susto que me he llevado al oírlo. Con la sangre helada en las venas y los pelos como escarpias, he pensado: “¡Esto es imposible! Debo de estar flipando”. Porque estaba claro que aquello no podía ser verdad: no me creo que en un deporte tan sosainas como el furmbó, metan “guarreridas sesuales” pa darle vidilla. ¡Y yo sin enterarme! En fin, que por un momento he dudado sobre lo que podía estar perdiéndome (igual eso explicaría la afición masiva, también. La cosa tenía su lógica...). Pero luego todo ha resultado ser una metáfora de que los tíos se ahostian, se pegan patadotes, se ponen la zancadilla unos a otros con mala leche, y esas cositas tan poco agradables, así que he perdido totalmente el único interés que podía tener el asunto.

Pues en definitiva: imposible hablar con nadie hoy. En parte ha sido debido a mi ignorancia (osease, que no tengo ni puñetera idea del tema), y en parte a mi indiferencia (que me importa un pepino, vaya). Así que ahí estaba yo, en medio de las tertulias futboleras, entre multitudes de gente eufórica hablando de sus ídolos de las pelotas, desconectada y sola, como una triste estatua silenciosa... Presente y ausente a la vez, la mirada perdida en el infinito, cual melancólica doncella pensativa presa de la nostalgia por algún amor perdido... Muy poético, pero la verdad es que estaba en modo Homer Simpson: nada en la cocorota, vacío cerebral, sólo una contundente frase, “¡me aburro!”. Ay, ¡pero qué triste, porelamordediós! Trágico, si señor, una desgracia muy grande. Tan mal estaba la cosa que ni siquiera he intentado cambiar de tema. Para qué, si estaba claro que mis esfuerzos hubieran resultado inútiles...

En definitiva: de cara a nuevas situaciones como ésta, tengo que replantearme las cosas si no quiero acabar convertida en una marginada social, una paria, una víctima de la falta de integración en la tribu. Hay dos opciones: la primera, informarme bien de todo, convertirme en una lumbreras del furmbó y meterme en las conversaciones como la que más, demostrando mi infinidad de conocimientos y mi sabiduría futbolera (sabiduría futbolera, dos términos contradictorios, curiosa paradoja... ¡uy, perdón! así no voy nada bien). Pero lo veo duro, muy duro. Más que nada porque me falta motivación, y sin motivación no hay nada que hacer por este lado.

Luego otra opción sería sacar nuevos temas, pero tienen que ser increíblemente interesantes, algo impactante, que llame la atención (así que debería ser algo relacionado con el sexo, o algún escándalo, si no no hay nada que hacer). Por ejemplo, la conversación podría derivarse sutilmente así:

- yo - “¿Sabéis qué? ¡Estoy embarazada!”

- otros - “!!!”

- yo - “ El médico me ha dicho que serán cuatrillizos... snif!”

- otros - “!!!!!!”

- yo – “ ¡Y no sé quién es el padre!”

- otros - “!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!... clonc!!!” (ruido al caerse alguien de la silla y pegarse un morrazo).

Y a partir de aquí empezaría la agradable conversación donde todos se interesarían amablemente por saber más detalles del tema, al estar preocupados por mí y esas cosas, pero sin ánimos de cotillear, claro. Existe el riesgo de que no se lo crean, porque todos los que me conocen saben que es prácticamente imposible que pase algo así: yo soy una persona muy, pero que muy decente, y pienso mantenerme casta y pura hasta el matrimonio, evidentemente... pero bueno, nunca hay que perder la esperanza de que la cosa cuele.

Ésta parece la opción más viable y divertida, pero implica una cosa bastante importante: aprender a soltar trolas con cierta gracia y credibilidad. Y eso para mí es un problema, porque se me nota en la cara la más mínima mentirijilla piadosa. Fingir no es lo mío, vamos. Si hasta Pinocho disimula mejor que yo, se le nota menos cuando suelta una bola... que digo Pinocho, ¡hasta Ansar, que miente más que habla, disimula mejor!

Así que parece una misión imposible. Me veo puntualmente condenada al ostracismo. ¡Qué dura es la vida! ¿Por qué? ¿Por qué a mí? ¿Acaso es alguna especie de castigo del universo? ¿Qué he hecho yo para merecerme esto? Tendré que resignarme al silencio, ya lo veo... Eso sí: nadie ha dicho que no se pueda escribir.


martes, 15 de marzo de 2011

¡Al loro, que no estamos tan mal!


El otro día una amiga comentaba que estaría bien ser un oso, para hibernar y así no sentir ni preocuparse por nada. En un primer momento pensé que la idea no está nada mal: te preparas una cama King size de paja en el fondo de una cueva, te apalancas bien y, ¡hala!, a pasarse todo el invierno durmiendo. A pata suelta, sin problemas, sin historias, sin obligaciones de ningún tipo. Pero claro, si luego nos ponemos a imaginar qué pasaría al llegar la primavera, la cosa ya no pinta nada, pero que nada bien...

Primero, te despiertas en aquel cuchitril después de tres meses sin ducharte (ni siquiera te has podido dar algún bañillo “checo” de vez en cuando). Así que aquello debe de apestar a perros muertos, con un ambientazo osuno en la cueva que no veas... Y, llegados a este punto, me asalta la siguiente duda: cuando los osos hibernan, ¿se pasan tres meses sin mear ni cagar? ¿O se lo hacen encima, sin pañales ni nada? ¿mmm? En fin, que, dada mi ignorancia sobre la capacidad de retención y control de esfínteres osunos, prefiero ni imaginármelo...

Así que sigamos: después del impacto inicial del choque tóxico en tus narices (y teniendo en cuenta que, al ser osos, tendríamos el olfato superdesarrollado y podría resultar letal), si sobrevives, pasaríamos la siguiente fase. Sí, sí: a notar in crescendo un ligero picorcillo bajo nuestra frondosa mata de pelo. Es el maravilloso momento de darse cuenta de que te has convertido en una colonia viviente de pulgas en plena expansión. Todo tu cuerpo está ocupado por las pulgas... ¿Todo? ¡No! ¡Una aldea poblada por irreductibles ladillas resiste todavía y siempre al invasor! No hace falta entrar en detalles geográficos sobre la localización de la susodicha aldea rebelde, de la cual no tienes ni idea de cómo coño (nunca mejor dicho) ha llegado hasta allí...


La situación es insostenible, pero tú eres una luchadora y te decides a levantarte y volver a la civilización, de donde nunca deberías haber salido. Sólo hay un problemilla: unas uñas como garfios, después de tres meses sin cortártelas, se aferran al suelo desesperadamente y te impiden avanzar (a no ser que el balanceo de un tentetieso sea considerado movimiento). Pero eso no es problema para ti, si hace falta te las cortarás con tus propios dientes con tal de pirarte con viento fresco de ese infierno pulgoso.

Después de solucionar como puedes el problema de las pezuñas salvajes, sales por fin de la cueva, pensando distraídamente en el peliagudo tema de la depilación integral (sin anestesia) que te espera, y te encuentras con el siguiente panorama: un tío rarito con un trabuco en la mano, esperando para (sospechas tú) pegarte unos cuantos tiros. El tío en sí no te da miedo: es el Juancar, el plasta que cada Navidad da el discurso que tú este año no has visto porque estabas durmiendo, claro. Los que sí te acojonan son sus veinte guardaespaldas escondidos entre los árboles con las Kalashnikovs a punto. Has captado con tu superoído osuno que piensan dejarte hecha un colador y hacerle creer al viejo que te cazó él. Y sin emborracharte a base de vodka, ni nada, cómo hicieron en Rusia con el pobre “Mitrofán”... sigh! Entonces tienes la genial idea que te salva la vida: les gritas “¡Mirad, un republicano!” y mientras se giran a buscarlo, aprovechando el factor sorpresa de que los osos no hablan y los republicanos son presas más apetecibles, tú te largas como puedes de allí.

Así que sales corriendo por patas, te encierras en tu casita, ves todas las estrellas y más mientras te depilas, te desparasitas a fondo y vuelves a ser persona. ¡Por fin! Madremíadelamorhermoso, ¡nunca más! Virgencita, virgencita, que me quede como estoy... Sólo de pensarlo se me ponen los pelos como escarpias (puntualicemos: los míos, no la pelambrera de oso. Tampoco es plan de acabar convertida en erizo). Si algún día quiero no pensar ni sentir, me pongo la tele un rato y solucionado. Al fin y al cabo, tampoco estamos tan mal, ¿no?