martes, 15 de marzo de 2011

¡Al loro, que no estamos tan mal!


El otro día una amiga comentaba que estaría bien ser un oso, para hibernar y así no sentir ni preocuparse por nada. En un primer momento pensé que la idea no está nada mal: te preparas una cama King size de paja en el fondo de una cueva, te apalancas bien y, ¡hala!, a pasarse todo el invierno durmiendo. A pata suelta, sin problemas, sin historias, sin obligaciones de ningún tipo. Pero claro, si luego nos ponemos a imaginar qué pasaría al llegar la primavera, la cosa ya no pinta nada, pero que nada bien...

Primero, te despiertas en aquel cuchitril después de tres meses sin ducharte (ni siquiera te has podido dar algún bañillo “checo” de vez en cuando). Así que aquello debe de apestar a perros muertos, con un ambientazo osuno en la cueva que no veas... Y, llegados a este punto, me asalta la siguiente duda: cuando los osos hibernan, ¿se pasan tres meses sin mear ni cagar? ¿O se lo hacen encima, sin pañales ni nada? ¿mmm? En fin, que, dada mi ignorancia sobre la capacidad de retención y control de esfínteres osunos, prefiero ni imaginármelo...

Así que sigamos: después del impacto inicial del choque tóxico en tus narices (y teniendo en cuenta que, al ser osos, tendríamos el olfato superdesarrollado y podría resultar letal), si sobrevives, pasaríamos la siguiente fase. Sí, sí: a notar in crescendo un ligero picorcillo bajo nuestra frondosa mata de pelo. Es el maravilloso momento de darse cuenta de que te has convertido en una colonia viviente de pulgas en plena expansión. Todo tu cuerpo está ocupado por las pulgas... ¿Todo? ¡No! ¡Una aldea poblada por irreductibles ladillas resiste todavía y siempre al invasor! No hace falta entrar en detalles geográficos sobre la localización de la susodicha aldea rebelde, de la cual no tienes ni idea de cómo coño (nunca mejor dicho) ha llegado hasta allí...


La situación es insostenible, pero tú eres una luchadora y te decides a levantarte y volver a la civilización, de donde nunca deberías haber salido. Sólo hay un problemilla: unas uñas como garfios, después de tres meses sin cortártelas, se aferran al suelo desesperadamente y te impiden avanzar (a no ser que el balanceo de un tentetieso sea considerado movimiento). Pero eso no es problema para ti, si hace falta te las cortarás con tus propios dientes con tal de pirarte con viento fresco de ese infierno pulgoso.

Después de solucionar como puedes el problema de las pezuñas salvajes, sales por fin de la cueva, pensando distraídamente en el peliagudo tema de la depilación integral (sin anestesia) que te espera, y te encuentras con el siguiente panorama: un tío rarito con un trabuco en la mano, esperando para (sospechas tú) pegarte unos cuantos tiros. El tío en sí no te da miedo: es el Juancar, el plasta que cada Navidad da el discurso que tú este año no has visto porque estabas durmiendo, claro. Los que sí te acojonan son sus veinte guardaespaldas escondidos entre los árboles con las Kalashnikovs a punto. Has captado con tu superoído osuno que piensan dejarte hecha un colador y hacerle creer al viejo que te cazó él. Y sin emborracharte a base de vodka, ni nada, cómo hicieron en Rusia con el pobre “Mitrofán”... sigh! Entonces tienes la genial idea que te salva la vida: les gritas “¡Mirad, un republicano!” y mientras se giran a buscarlo, aprovechando el factor sorpresa de que los osos no hablan y los republicanos son presas más apetecibles, tú te largas como puedes de allí.

Así que sales corriendo por patas, te encierras en tu casita, ves todas las estrellas y más mientras te depilas, te desparasitas a fondo y vuelves a ser persona. ¡Por fin! Madremíadelamorhermoso, ¡nunca más! Virgencita, virgencita, que me quede como estoy... Sólo de pensarlo se me ponen los pelos como escarpias (puntualicemos: los míos, no la pelambrera de oso. Tampoco es plan de acabar convertida en erizo). Si algún día quiero no pensar ni sentir, me pongo la tele un rato y solucionado. Al fin y al cabo, tampoco estamos tan mal, ¿no?