miércoles, 12 de octubre de 2011

En busca de la paciencia perdida



Hoy, en confianza, quería hablaros de un problemilla que me tiene muy, pero que muy preocupada. Tengo que contarlo YA. Sí, amiguitos, posiblemente no lo sospechéis, pero resulta que soy una persona caracterizada por una ausencia muy significativa de lo que sería la paciencia en todas sus modalidades: tiempo, espacio, forma de actuar de la gente... que soy una impaciente de cojones, vaya.

Por tanto, una vez identificado y admitido el problema, el siguiente paso, en mi afán de autoconocimiento, mejora y crecimiento personal, es trabajar a tope para conseguir tener más paciencia (o, por lo menos, tener algo de ella...).

Y es que os confieso que la cosa es muy grave, cualquier situación puede ser el detonante de un estallido de mala hostia impacientil: encontrarme en medio de un atasco con miles de borregos más, que tarden dos horas en darme mesa en un restaurante cuando habían dicho diez minutos, que la seguridad social me dé hora para dentro de dos meses (bueno, actualizando los datos, ahora serán dos años), que la señora de delante mío en la carnicería pida cien gramos de mortadela del Mickey Mouse (después de haberse llevado media vaca, veinte pollos y una muestra de cada tipo de embutido habido y por haber), ver como el PP gana las elecciones, que la gente intente tomarme el pelo y encima hacerme creer que es culpa mía... en fin, esas cosillas nuestras de cada día, que es mejor aprender a llevar bien.

Así que, para llegar a convertirme en mejor  persona, estoy trabajando muy duramente en incrementar mi paciencia a base de yoga, meditación, pensamiento positivo, control de la respiración, terapia conductivista... lo que haga falta. Eso sí, todavía no he llegado a estar tan desesperada como para caer en la droga, porque seguro que un par de váliums y se soluciona todo, pero claro, tampoco es plan...

Total, que ahora, con mi nueva y paciente forma de vida, cuando estoy en un atasco, en vez de cagarme en todo pienso en las cosas bonitas de la vida, observo la luna (algún día me estamparé, pero son efectos colaterales, que se le va a hacer), escucho musiquilla... En la carnicería, pienso que esa pobre señora (antes, una plasta agonías acaparadora) en realidad está falta de cariño y lo compensa con una mortadela del Mickey Mouse, animalica... Cuando alguien pretende tocarme las pelotas injustificadamente y sin venir a cuento, pienso que el/la pobre está tan insatisfecho con su vida y consigo mismo que no tiene otra cosa que hacer, y hasta me da lastimica... y así con todo.

Y, la verdad, todo iba divinamente: eliminando las prisas, con paciencia, paz, y amor para todos, tolerando y aceptando sin juzgar las cosas incontrolables de la vida.... be water, my friend! Hasta que, en buena hora, he leído en los periódicos que cierta tropa de exdirectivos bancarios, ladrones a más no poder, se han embolsado una millonada en indemnizaciones y pensiones vitalicias (que probablemente paguemos los contribuyentes), mientras que al estado no le llega para pagar la sanidad y la enseñanza y su única solución consistirá en echar a tropecientos médicos y profesores a la puta calle (entre otras medidas como cerrar quirófanos, por ejemplo). Y justo ahí ha sido cuando mi terapia se ha ido a tomar por culo y he sido invadida por, no la impaciencia, no, sino la furia ciega: ¡es que manda güevos, joder! ¡Así no hay quién pueda!