sábado, 28 de agosto de 2010

Desesperación veraniega


Último fin de semana de agosto. Como en este país aborregado se paraliza todo durante el susodicho mes y luego se vuelve a la carga en masa, para muchos se acerca ya el final de las tan ansiadas vacaciones. Algunos afortunados nos hemos guardado unos diítas para viajar mientras la gran mayoría esté currando de nuevo, pero, a no ser que vayamos al caribe (que no es el caso), lo que sí se aproxima es el final de la temporada playera.

Esta mañana he querido aprovechar y darme uno de los últimos chapuzones del verano, así que, ni corta ni perezosa, me he puesto el bikini, he cogido la toalla y venga, ¡a la playa! Como me gusta ir temprano para no achicharrarme ni ser aplastada por la multitud, en la playa, básicamente, sólo había viejecillos y abuelillas, parejas con niños, y yo, sola.

La verdad es que se estaba genial: agua fresca y cristalina, poca gente, mucho espacio, no demasiado calor... mmm, como a mí me gusta. No me he puesto en primera línea, aunque había sitio, para evitarme la posterior invasión de agonías desesperados por plantar su toalla prácticamente dentro del agua. Llevaba ya un rato medio endormiscada, en estado de relajación total, cuando, de pronto, he oído un ruido y al abrir los ojos me ha aterrizado al lado una enorme nevera de playa. ¡Txaaaac!. Por supuesto, la nevera no había llegado allí sola, la llevaba un hombre que después he comprobado que era la avanzadilla de un grupo de cuatro: él, su novia y los padres de él.

En el momento de soltar la nevera, el chico se estaba defendiendo de las acusaciones de los demás sobre su supuesta prisa, ya que se había adelantado a los otros. Pero claro, segundos después de que el grupo viera dónde (y al lado de quién) se había situado, ha empezado a mascarse la tragedia: la inquisitiva mirada de la novia se ha desplazado del portador de la nevera a mí, y de mí otra vez a su cariñín porta-neveras. Y, desde dónde estaba (calculo que lo habrá oído media playa y parte del extranjero), le ha soltado a su amorcito, con un tono de mala hostia considerable: " ¿No te podías haber puesto más cerca, no?". Tierra trágame... ¡Si es que no se puede estar tranquila ni en el desierto a horas intempestivas, copón!

En fin: mi relax total a tomar por culo y mi gozo en un pozo. Ya estaba resignada a tener que soportar alguna escenita dramático-festiva de recriminaciones, lágrimas, gritos y el numerito de turno para acabar yéndose dónde la chati dijera, cuando...¡sorpresa! Sin dudar ni pensárselo dos veces, el tío las ha mirado (a ella y a su señora madre) y ha respondido tranquilamente: "A vosotras dos ya os tengo muy vistas de todos los días, así que..." y, plantando allí la sombrilla, ha seguido montando la paradita, sin inmutarse.

Total, que al final se han quedado los cuatro allí (cosa que tampoco hacía falta, con el espacio que había a esas horas, joder) pero al maromo en cuestión le han dejado el sitio más alejado posible. A mi lado se ha puesto la madre, como he podido deducir después por sus apasionantes conversaciones que, por supuesto, no tenía ningún interés en oír. Es que claro, teniéndolos pegados como una lapa, me he enterado de toda su vida...

Y que quede claro: no explico esto para darme aires. Probablemente era la única mujer en edad de merecer y sola de toda la playa: yo creo que con ser hembra y respirar, el chaval ya tenía suficiente. Pero es que bueno, puedo imaginarme el suplicio que debe de ser, llegados al día 28, haberse pasado todo un mes yendo día tras día a una playa llena de abuelos y familias numerosas, con la tropa en cuestión, la nevera gigante y los bocadillos de chorizo (si, también me he enterado de eso)...¡¡Uff!! ¡que duro! ¡que crueles pueden llegar a ser las vacaciones! La verdad, no creo que me arriesgue demasiado si hipotetizo que el pobre hombre seguramente volverá increíblemente feliz al trabajo.